dejas de dulces, y salió cargado de este modo. Pero apenas se vió fuera el maldito, cuando llamó á dos ganapanes, les entregó la carga, les mandó que la llevasen á su casa, y se emboscó en una calleja, ace- chando mi salida.
En cuanto á mi, apenas desapareció el barbero, me lavé lo más de prisa posible, me puse la mejor ropa, y salí de mi casa. E inmediatamente oí la voz de los muezines, que llamaban á los creyentes á la oración aquel santo día de viernes:
¡Bismillahirramanirrahim! ¡En nombre de Alah, el
Clemente sin límites, el Misericordioso!
¡Loor á Alah, Señor de los hombres, Clemente y Mi-
sericordioso!
¡Supremo soberano, Arbitro absoluto el dia de la Re-
tribución!
¡A ti adoramos, tu socorro imploramos!
¡Dirigenos por el camino recto,
Por el camino de aquellos á quienes colmaste de be-
neficios,
Y no por el camino de aquellos que incurrieron en
tu cóleru, ni de los que se han extraviado!
Al verme fuera de casa, me dirigí apresurada-
mente á la de la joven. Y cuando llegué á la puer-
ta del kadi, instintivamente volví la cabeza y vi al
maldito barbero á la entrada del callejón. Pero
como la puerta estaba entornada, esperando que yo
llegase, me precipité dentro y la cerré en seguida.