Pero joh hijo de mi vida!-prosiguió el barbe- ro he aquí ahora la danza de mi amigo el basu- rero Hamid. ¡Observa cuán sugestiva es, cuánta es su alegría y cuánta es su ciencia!... Y escucha la canción:
¡Mi mujer es avara, y si la hiciese caso me moriría
de hambre!
¡Mi mujer es fea, y si la hiciese caso estaría siem-
pre encerrado en mi casa!
¡Mi mujer esconde el pan en la alacena! ¡Pero si no
como pan y sigue siendo tan fea que haria correr á un
negro de narices aplastadas, tendré
trarme!
que acabar por cas-
Después, el barbero, sin darme tiempo ni para
hacer una seña de protesta, imitó todas las danzas
de sus amigos y entonó todas sus canciones. Y
luego me dijo: «Eso es lo que saben hacer mis ami-
gos. De modo que si quieres reirte de veras, he de
aconsejarte, por interés tuyo y placer para todos,
que vengas á mi casa, para estar en nuestra com-
pañía, y dejes á esos amigos á quienes me has di-
cho que tenías intención de ver. Porque observo
aún en tu cara huellas de fatiga, y además de esto,
como acabas de salir de una enfermedad, conven-
dría que te precavieses, pues es muy posible que
haya entre esos amigos alguna persona indiscreta,
de esas aficionadas á la palabrería, ó cualquier
charlatán sempiterno, curioso é importuno, que te