«Sabe, sin embargo, ¡oh mi señor! que soy un hombre á quien todo el mundo llama el Silencioso, á causa de mi poca locuacidad. De modo que no me haces justicia creyéndome un charlatán, sobre todo si te tomas la molestia de compararme, siquiera sea por un momento, con mis hermanos. Porque sabe que tengo seis hermanos que ciertamente son muy charlatanes, y para que los conozcas te voy á decir sus nombres: el mayor se llama El-Bacbuk, ó sea el que al hablar hace un ruido como un cántaro que se vacia; el segundo, El-Haddar, ó el que muge re- petidas veces como un camello; el tercero, Bacbac, ó el Cacareador hinchado; el cuarto, El-Kuz El- Assuani, ó el Botijo irrompible de Assuan; el quin- to, El-Aschâ, ó la Camella preñada, ó el Gran Cal- dero; el sexto, Schakalik, ó el Tarro hendido, y el séptimo, El-Samet, ó el Silencioso; y este silencioso es tu servidor. >>
Cuando oí todo este flujo de palabras, senti que la impaciencia me reventaba la vejiga de la hiel, y exclamé dirigiéndome á mis criados: «¡Dadle en seguida un cuarto de dinar á este hombre y que se largue de aquí! Porque renuncio en absoluto á afei- tarme.» Pero el barbero, apenas oyó esta orden, dijo: «¡Oh mi señor! ¡qué palabras tan duras acabo de escuchar de tus labios! Porque ¡por Alah! sabe que quiero tener el honor de servirte sin ninguna retribución, y de servirte sin remedio, pues consi- dero un deber el ponerme á tus órdenes y ejecutar tu voluntad. Y me creería deshonrado para toda mi