beza con su charla, como hacen la mayor parte de los de su profesión.» Y mi servidor salió á escape y me trajo un barbero viejo. Y el barbero era ese maldito que veis delante de vosotros, ¡oh mis señores! Cuando entró, me deseó la paz, y yo correspondí á su saludo de paz. Y me dijo: «¡Que Alah aparte de ti toda desventura, pena, zozobra, dolor y adver- sidad!» Y contesté: «¡Ojalá atienda Alah tus buenos deseos!» Y prosiguió: «He aquí que te anuncio la buena nueva, ¡oh mi señor! y la renovación de tus fuerzas y tu salud. ¿Y qué he de hacer ahora? ¿Afei- tarte ó sangrarte? Pues no ignoras que nuestro gran Ibn-Abbas dijo: «El que se corta el pelo el día del viernes alcanza el favor de Alah, pues aparta de él setenta clases de calamidades.» Y el mismo Ibn-Abbas ha dicho: «Pero el que se sangra el vier- nes ó hace que le apliquen ese mismo día ventosas escarificadas, se expone á perder la vista y corre el riesgo de coger todas las enfermedades.» Enton- ces le contesté: «¡Oh jeique! basta ya de chanzas; levántate en seguida para afeitarme la cabeza, y hazlo pronto, porque estoy débil y no puedo hablar ni aguardar mucho.» Entonces se levantó y cogió un paquete cubierto con un pañuelo, en que debía llevar la bacía, las navajas y las tijeras; lo abrió, y sacó, no la nava- ja, sino un astrolabio de siete facetas. Lo cogió, se salió al medio del patio de mi casa, levantó grave- mente la cara hacia el sol, lo miró atentamente,
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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE