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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

el lecho. Y en seguida se me acercaron todas las mujeres de la casa, mis parientes y servidores, y se sentaron á mi alrededor y empezaron á importunar- me acerca de la causa de mi mal. Y como nada quería decirles sobre aquel asunto, no les contesté palabra. Pero de tal modo fué aumentando mi pena de día en día, que cai gravemente enfermo y me vi muy atendido y muy visitado por mis amigos y pa- rientes. Y he aquí que uno de los días vi entrar en mi casa á una vieja, que en vez de gemir y compade- cerse, se sentó á la cabecera del lecho y empezó á decirme palabras cariñosas para calmarme. Des- pués me miró, me examinó atentamente, y pidió á mi servidumbre que me dejaran solo con ella. En- tonces me dijo: «Hijo mío, sé la causa de tu enfer- medad, pero necesito que me des pormenores. >> Y yo le comuniqué en confianza todas las particulari- dades del asunto, y me contestó: «Efectivamente, hijo mío, esa es la hija del kadi de Bagdad y aque- lla casa es ciertamente su casa. Pero sabe que el kadí no vive en el mismo piso que su hija, sino en el de abajo. Y de todos modos, aunque la joven vive sola, está vigiladísima y bien guardada. Pero sabe también que yo voy mucho á esa casa, pues soy amiga de esa joven, y puedes estar seguro de que no has de lograr lo que deseas mas que por mi me- diación. ¡Anímate, pues, y ten alientos!>> Estas palabras me armaron de firmeza, y en se- guida me levanté y me senti el cuerpo ágil y recu-