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HISTORIA DEL JOROBADO...

libertinaje. Y tú, que estuviste en Egipto, ya sa- brás cuán expertas son en esto aquellas mujeres. No les basta con los hombres, y se aman y se mez- clan unas con otras, y se embriagan y se pierden. Por eso, apenas estuvo de regreso mi hija, te encon- tró y se entregó á ti, y te fué á buscar cuatro veces seguidas. Pero con esto no le bastaba. Como ya había tenido tiempo para pervertir á su hermana, mi segunda hija, hasta el punto de inspirarle un amor apasionado, no le costó trabajo llevarla á tu casa, después de contarle cuanto hacía contigo. Y mi segunda hija me pidió permiso para acompañar á su hermana al zoco, y yo se lo concedí. ¡Y suce- dió lo que sucedió!

Pero cuando mi hija mayor regresó sola, le pre- gunté dónde estaba su hermana. Y me contestó Ilorando, y acabó por decirme, sin cesar en sus lá- grimas: «Se me ha perdido en el zoco, y no he po- dido averiguar qué ha sido de ella.» Eso fué lo que me dijo á mí. Pero no tardó en confiarse á su ma- dre, y acabó por decirle en secreto la muerte de su hermana, asesinada en tu lecho por sus propias manos. Y desde entonces no cesa de llorar, y no deja de repetir día y noche: «¡Tengo que llorar has- ta que me muera!» Y tus palabras, ¡oh hijo mío! no han hecho mas que confirmar lo que yo sabia, pro- bando que mi hija había dicho la verdad. ¡Ya ves, hijo mío, cuán desventurado soy! De modo que he de expresarte un deseo y pedirte un favor, que con- fio no has de rehusarme. Deseo ardientemente que