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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

me ensangrentaron todo el cuerpo. Entonces, lleno de dolor, les dije: «¡Os diré la verdad! ¡Ese co- llar lo he robado!» Me pareció que esto era prefe- rible à declarar la terrible verdad del asesinato de la joven, pues me habrían sentenciado á muerte y me habrían ejecutado, para castigar el crimen. Y apenas me había acusado de tal robo, me asieron del brazo y me cortaron la mano derecha, como á los ladrones, y me sumergieron el brazo en aceite hirviendo para cicatrizar la herida. Y cai desmayado de dolor. Y me dieron de beber una cosa que me hizo recobrar los sentidos. Entonces. recogí mi mano cortada y regresé á mi casa. Pero al llegar á ella, el propietario, que se había enterado de todo, me dijo: «Desde el momento que te has declarado culpable de robo y de hechos in- dignos, no puedes seguir viviendo en mi casa. Re- coge, pues, lo tuyo y ve á buscar otro alojamiento.>> Yo contesté: «Señor, dame dos ó tres días de plazo para que pueda buscar casa.» Y él me dijo: «Me avengo á otorgarte ese plazo.» Y dejándome, se fué. En cuanto á mí, me eché al suelo, me puse á llorar, y decía: «¡Cómo he de volver á Mossul, mi país natal; cómo he de atreverme à mirar á mi fa- milia, después que me han cortado una mano!... Nadie me creerá cuando diga que soy inocente. No puedo hacer mas que entregarme á la voluntad de Alah, que es el único que puede procurarme un me- dio de salvación.» Los pesares y las tristezas me pusieron enfermo,