pensando que yo habría ido á Damasco para prepa- rarles alojamiento, puesto que conocía bien esta ciudad. Después segui gastando, y permanecí allí otros tres años, y cada año mandaba el precio del alquiler á mi casero de Damasco. Transcurridos los tres años, como apenas me quedaba dinero para el viaje y estaba aburrido de la ociosidad, decidi vol- ver á Damasco.
Y apenas llegué, me dirigí á mi casa, y fuí re- cibido con gran alegría por mi casero, que me dió la bienvenida, y me entregó las llaves, enseñándo- me la cerradura, intacta y provista de mi sello. Y efectivamente, entré y vi que todo estaba como lo había dejado.
Lo primero que hice fué lavar el entarimado, para que desapareciese toda huella de sangre de la joven asesinada, y cuando me quedé tranquilo me fui al lecho, para descansar de las fatigas del via- je. Y al levantar la almohada para ponerla bien, encontré debajo un collar de oro con tres filas de perlas nobles. Era precisamente el collar de mi amada, y lo habia puesto allí la noche de nuestra dicha. Y ante este recuerdo derramé lágrimas de pesar y deploré la muerte de aquella joven. Luego oculté cuidadosamente el collar en el interior de mi ropón.
Pasados tres días de descanso en mi casa, pensé ir al zoco, para buscar ocupación y ver á mis ami- gos. Llegué al zoco, pero estaba escrito por acuer- do del Destino que había de tentarme el Cheitán y