ramente la cabeza. Y la cabeza se separó inmedia- mente del cuerpo y cayó al suelo. En cuanto à mi primera amiga, no había de ella ni rastro ni olor. Sin saber qué hacer, estuve una hora recapaci- tando, y por fin me decidí á levantarme, para abrir una huesa en aquella misma sala. Levanté las losas de mármol, empecé á cavar, é hice una hoya lo bas- tante grande para que cupiese el cadáver, y lo en- terré inmediatamente. Cegué luego el agujero y puse las losas lo mismo que antes estaban. Hecho esto fuí á vestirme, cogi el dinero que me quedaba, salí en busca del amo de la casa, y pagan- dole el importe de otro año de alquiler, le dije: «Tengo que ir á Egipto, donde mis tios me espe- ran.» Y me fuí, precediendo mi cabeza á mis pies. Al llegar al Cairo encontré á mis tíos, que se alegraron mucho al verme, y me preguntaron la causa de aquel viaje. Y yo les dije: «Pues única- mente el deseo de volveros á ver y el temor de gas- tarme en Damasco el dinero que me quedaba.» Me invitaron á vivir con ellos, y acepté. Y permanecí en su compañía todo un año, divirtiéndome, co- miendo, bebiendo, visitando las cosas interesantes de la ciudad, admirando el Nilo y distrayéndome de mil maneras. Desgraciadamente, al cabo del año, como mis tíos habían realizado buenas ganancias vendiendo sus géneros, pensaron en volver á Mos- sul; pero como yo no quería acompañarlos, desapa- recí para librarme de ellos, y se marcharon solos,
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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE