todas mis zozobras, y hasta olvidé la triste situa- ción en que me había encontrado durante su au- sencia. Y ella se me acercó, y con su voz llena de dulzura me dijo: «Saca la balanza, para pesar el dinero que te traigo.» Y me dió, en efecto, cuanto me debía y algo más, en pago de las compras que para ella había hecho. En seguida se sentó á mi lado y me habló con gran afabilidad, y yo desfallecia de ventura. Y aca- bó por decirme: «¿Eres soltero ó tienes esposa?» Y yo dije: «¡Por Alah! No tengo ni mujer legitima ni concubina.» Y al decirlo, me eché á llorar. Enton- ces ella me preguntó: «¿Por qué lloras?» Y yo res- pondi: «Por nada; es que me ha pasado una cosa por la mente.» Luego me acerqué á su criado, le di algunos dinares de oro y le rogué que sirviese de mediador entre ella y mi persona para lo que yo deseaba. Y él se echó á reir, y me dijo: <Sabe que mi señora está enamorada de ti. Pues ninguna. necesidad tenía de comprar telas, y sólo las ha comprado para poder hablar contigo y darte á co- nocer su pasión. Puedes, por tanto, dirigirte á ella, seguro de que no te reñirá ni ha de contrariarte. >> Y cuando ella iba á despedirse, me vió entre- gar el dinero al servidor que la acompañaba. Y entonces volvió á sentarse y me sonrió. Y yo le dije: «Otorga á tu esclavo la merced que desea so- licitar de ti y perdónale anticipadamente lo que va á decirte.» Después le hablé de lo que tenía en mi corazón. Y vi que le agradaba, pues me dijo: «Este
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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE