no quería soltarme, cuando, por decreto del Desti- no, acertaron á pasar por allí el wali y su guardia, que atravesando la puerta de Zauilat, se aproxi- maron al grupo en que nos encontrábamos. Y el wali preguntó: «¿Qué es lo que pasa?» Y contestó el jinete: «¡Por Alah! ¡Oh Emir! He aquí á un la- drón. Llevaba yo un bolsillo azul con veinte dina- res de oro, y entre las apreturas ha encontrado manera de quitármelo.» Y el wali preguntó al ji- nete: «¿Tienes algún testigo?» Y el jinete contestó: «No tengo ninguno.» Entonces el wali llamó al mo- kadem, jefe de policía, y le dijo: «Apodérate de ese hombre y registralo.» Y el mokadem me echó mano, porque ya no me protegia Alah, y me des- pojó de toda la ropa, acabando por encontrar el bolsillo, que era efectivamente de seda azul. El wali lo cogió y contó el dinero, resultando que con- tenia exactamente los veinte dinares de oro, según el jinete había afirmado. Entonces el wali llamó á sus guardias, y les dijo: «Traed acá á ese hombre.» Y me pusieron en sus manos, y me dijo: «Es necesario declarar la verdad. Dime si confiesas haber robado este bolsi- llo. >> Y yo, avergonzado, bajé la cabeza y reflexioné un momento, diciendo entre mi: «Si digo que no he sido yo, no me creerán, pues acaban de encontrar- me el bolsillo encima, y si digo que lo he robado, me pierdo.» Pero acabé por decidirme, y contesté: «Sí, lo he robado.»> Al verme quedó sorprendido el wali, y llamó á
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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE