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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

negros ojos. Me sonrió, me cogió entre sus brazos, y me estrechó contra ella. En seguida juntó sus la- bios con los míos, y gustó de mi lengua con la suya. Y yo hice lo propio. Y ella me dijo: «¿Es cierto que te tengo aqui, ó es un sueño?» Yo respondí: <<¡Soy tu esclavo!>> Y ella dijo: «¡Hoy es un día de bendición! ¡Por Alah! ¡Ya no vivía, ni podía disfrutar comien- do y bebiendo!» Yo contesté: «Y yo igualmente.»> Luego nos sentamos, y yo, confundido por aquel modo de recibirme, no levantaba la cabeza. Pero pusieron el mantel y nos presentaron pla- tos exquisitos: carnes asadas, pollos rellenos y pasteles de todas clases. Y ambos comimos hasta saciarnos, y ella me ponía los manjares en la boca, invitándome cada vez con dulces palabras y mira- das insinuantes. Después me presentaron el jarro y la palangana de cobre, y me lavé las manos, y ella también, y nos perfumamos con agua de rosas y al- mizcle, y nos sentamos para departir. yo Entonces ella empezó á contarme sus penas, y hice lo mismo. Y con esto me enamoré todavía más. Y en seguida empezamos con mimos y juegos, y nos estuvimos besando y haciéndonos mil cari- cias, hasta que anocheció. Pero no sería de ninguna utilidad detallarlos. Después nos fuimos al lecho, y permanecimos enlazados hasta la mañana. Y lo de- más, con sus pormenores, pertenece al misterio. A la mañana siguiente me levanté, puse disimu- ladamente debajo de la almohada el bolsillo con los cincuenta dinares de oro, me despedí de la joven y