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HISTORIA DEL JOROBADO...

ces todas las riquezas que me pertenecen, convir- tiéndote en mi dueño y en corona de mi cabeza! ¡Así oiga Alah mi ruego!» Y yo le repliqué: «¡Oh señora mia, acepta, pues, esta pieza de seda! ¡Y que no sea esta sola! Pero te ruego que me otorgues el favor de que admire un instante el rostro que me ocultas.» Entonces se levantó el finísimo velo que le cubría la parte inferior de la cara y no dejaba ver mas que los ojos.

Y vi aquel rostro de bendición, y esta sola mi- rada bastó para aturdirme, avivar el amor en mi alma y arrebatarme la razón. Pero ella se apre- suró á bajar el velo, cogió la tela, y me dijo: «¡Oh dueño mio, que no dure mucho tu ausencia, ó moriré desolada!» Y después se marchó. Y yo me quedé solo con el mereader, hasta la puesta del sol.

Y me hallaba como si hubiese perdido la razón y el sentido, dominado en absoluto por la locura de aquella pasión tan repentina. Y la violencia de este sentimiento hizo que me arriesgase á preguntar al mercader respecto á aquella dama. Y antes de le- vantarme para irme, le dije: «¿Sabes quién es esa dama?» Y me contestó: «Claro que sí. Es una dama muy rica. Su padre fué un emir ilustre, que murió, dejándole muchos bienes y riquezas. >>

Entonces me despedi del mercader y me mar- ché, para volver al khan Serur, donde me alojaba. Y mis criados me sirvieron de comer; pero yo pen- saba en ella, y no pude probar bocado. Me eché á