siempre montado en su borrico blanco, de buena raza.
Entonces le supliqué fervorosamente que acep- tase mi invitación y comiera en mi casa, á lo cual me contestó: «No tengo inconveniente, pero con la condición de que el dinero para los gastos no lo saques de los fondos que me pertenecen y están en tu casa.» Y se echó á reir. Y yo hice lo mismo. Y le dije: «Así sea, y de muy buena gana.» Y le llevé á casa, y le rogué que se sentase, y corri al zoco á comprar toda clase de viveres, bebidas y cosas se- mejantes, y lo puse todo sobre el mantel entre sus manos, y le invité à empezar, diciendo: «¡Bismilah!» Entonces se acercó á los manjares, pero alargó la mano izquierda, y se puso á comer con esta mano izquierda. Y yo me quedé sorprendidísimo, y no supe qué pensar. Terminada la comida, se lavó la mano izquierda sin auxilio de la derecha, y yo le alargué la toalla para que se secase, y después nos sentamos á conversar. Entonces le dije: «¡Oh mi generoso señor! Libra- me de un peso que me abruma y de una tristeza que me aflige. ¿Por qué has comido con la mano izquier- da? ¿Sufres alguna enfermedad en tu mano dere- cha?» Y al oirlo el mancebo, me miró y recitó estas estrofas: ¡No preguntes por los sufrimientos y dolores de mi alma! ¡Conocerías mi mal! ¡Y sobre todo, no preguntes si soy feliz! ¡Lo fui!