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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

suyo y con tal detrimento para el jorobado. Y al mirar por la puerta que conducía á la cámara nup- cial, vió su turbante encima de una silla y en el diván su ropón y sus calzones. Entonces, llena de sudor la frente, se dijo: «¿Estaré despierto? ¿Estaré soñando? ¿Estaré loco?» Y quiso avanzar, pero ade- lantaba un paso y retrocedía otro, limpiándose á cada momento la frente, bañada de un sudor frío. Y al fin exclamó: «¡Por Alah! No es posible dudar- lo. ¡Esto es un sueño! Pero ¿no estaba yo amarrado y metido en un cajón? ¡No; esto no es un sueño! >> Y así llegó hasta la entrada de la cámara nupcial, y cautelosamente avanzó la cabeza. Y he aquí que Sett El-Hosn, tendida en el lecho, en toda su hermosura, levantó gentilmente una de las puntas del mosquitero de seda azul y dijo: <<¡Oh dueño querido! ¡Cuánto tiempo has estado en el re- trete! ¡Ven en seguida!>> Y entonces el pobre Hassán se echó á reir á car- cajadas, como un tragador de haschich ó un fuma- dor de opio, y gritaba: «¡Oh, qué sueño tan asom- broso! ¡Qué sueño tan embrollado!» Y avanzó con infinitas precauciones, como si pisara serpientes, agarrando con una mano el faldón de la camisa y tentando en el aire con la otra, como un ciego ó como un borracho. Después, sin poder resistir la emoción, se sentó en la alfombra y empezó á reflexionar profunda- mente. Y es el caso que veía allí mismo, delante de él, sus calzones tal como eran, abombados y con