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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

tenido en la mano y me ha librado de mi enfermedad; que había desesperado á los médicos. Ciertamente que no hay otro como él en este siglo, en el mundo entero, lo mismo en Occidente que en Oriente. ¿Cómo te atreves á hablarme así de él? Desde ahora le voy á señalar un sueldo de mil dinares al mes. Y aunque le diera la mitad de mi reino, poco sería para lo que merece. Creo que me dices todo eso por envidia, como se cuenta en la historia, que he sabido, del rey Sindabad.»

En este momento la aurora sorprendió á Schahrazada, que interrumpió su narración.

Entonces Doníazada le dijo: «¡Ah, hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán puras y cuán deliciosas son tus palabras!» Y Schahrazada dijo: «¿Qué es eso comparado con lo que os contaré á la noche próxima, si vivo todavía y el rey tiene á bien conservarme?» Entonces el rey dijo para sí: «¡Por Alah! No la mataré sin haber oído antes la continuación de su historia, que es verdaderamente maravillosa.»

Luego pasaron ambos la noche enlazados hasta por la mañana. Y el rey fué al diván, y juzgó, otorgó empleos, destituyó y despachó los asuntos pendientes hasta acabarse el día. Después se levantó el diván y el rey entró en su palacio. Y cuando se aproximó la noche hizo su cosa acostumbrada con Schahrazada, la hija del visir.