Y luego, arrojando la tinaja lejos de él, pidió perdón á Alah por su momento de rebeldía y lanzó la red por tercera vez; y al sacarla la encontró llena de trozos de cacharros y vidrios. Al ver esto, recitó todavía unos versos de un poeta:
¡Oh poeta! ¡Nunca soplará hacia ti el viento de la fortuna! ¿Ignoras, hombre ingenuo, que ni tu pluma de caña ni las líneas armoniosas de la escritura han de enriquecerte jamás?
Y alzando la frente al cielo, exclamó: «¡Alah! ¡Tú sabes que yo no echo la red mas que cuatro veces por día, y ya van tres!» Después invocó nuevamente el nombre de Alah y lanzó la red, aguardando que tocase al fondo. Esta vez, á pesar de todos sus esfuerzos, tampoco conseguía sacarla, pues á cada tirón se enganchaba más en las rocas del fondo. Entonces dijo: «¡No hay fuerza ni poder mas que en Alah!» Se desnudó, metiéndose en el agua y maniobrando en torno de la red, hasta que la desprendió y la llevó á tierra. Al abrirla encontró un enorme jarrón de cobre dorado, lleno é intacto. La boca estaba cerrada con un plomo que ostentaba el sello de nuestro señor Soleimán [1], hijo de Daud. El pescador se puso muy alegre al verlo, y se dijo: «He aquí un objeto que venderé en el zoco [2] de