perezcas ahogado. En cuanto á tus hermanos, siento el mayor furor contra ellos y es preciso que los mate.»
Asombrado de sus palabras, le di las gracias por su acción, y le dije: «No puedo consentir la pérdida de mis hermanos.» Luego le conté todo lo ocurrido con ellos, desde el principio hasta el fin, y me dijo entonces: «Esta noche volaré hacia la nave que los conduce, y la haré zozobrar para que sucumban.» Yo repliqué: «¡Por Alah sobre ti! No hagas eso, recuerda que el Maestro de los Proverbios dice: «¡Oh tú, compasivo del delincuente! Piensa que para el criminal es bastante castigo su mismo crimen», y además, considera que son mis hermanos.» Pero ella insistió: «Tengo que matarlos sin remedio.» Y en vano imploré su indulgencia. Después se echó á volar llevándome en sus hombros, y me dejó en la azotea de mi casa.
Abrí entonces las puertas y saqué los tres mil dinares del escondrijo. Luego abrí mi tienda, y después de hacer las visitas necesarias y los saludos de costumbre, compré nuevos géneros.
Llegada la noche, cerré la tienda, y al entrar en mis habitaciones encontré estos dos lebreles que estaban atados en un rincón. Al verme se levantaron, rompieron á llorar y se agarraron á mis ropas. Entonces acudió mi mujer, y me dijo: «Son tus hermanos.» Y yo le dije: «¿Quién los ha puesto en esta forma?» Y ella contestó: «Yo misma. He rogado á mi hermana, más versada que yo en artes de encan-