sangre. Cuando esta mujer era todavía muy joven, nos casamos, y vivimos juntos cerca de treinta años. Pero Alah no me concedió tener de ella ningún hijo. Por eso tomé una concubina, que, gracias á Alah, me dió un hijo varón, más hermoso que la luna cuando sale. Tenía unos ojos magníficos, sus cejas se juntaban y sus miembros eran perfectos. Creció poco á poco, hasta llegar á los quince años. En aquella época tuve que marchar á una población lejana, donde reclamaba mi presencia un gran negocio de comercio.
La hija de mi tío, ó sea esta gacela, estaba iniciada desde su infancia en la brujería y el arte de los encantamientos. Con la ciencia de su magia transformó á mi hijo en ternerillo, y á su madre, la esclava, en una vaca, y los entregó al mayoral de nuestro ganado.
Después de bastante tiempo, regresé del viaje; pregunté por mi hijo y por mi esclava, y la hija de mi tío me dijo: «Tu esclava ha muerto, y tu hijo se escapó y no sabemos de él.» Entonces, durante un año estuve bajo el peso de la aflicción de mi corazón y el llanto de mis ojos.
Llegada la fiesta anual del día de los Sacrificios, ordené al mayoral que me reservara una de las mejores vacas, y me trajo la más gorda de todas, que era mi esclava encantada por esta gacela. Remangado mi brazo, levanté los faldones de la túnica, y ya me disponía al sacrificio, cuchillo en mano, cuando de pronto la vaca prorrumpió en la-