polvo en el centro de aquella pradera. Descargó una tormenta, se disipó después el polvo y apareció el efrit con un alfanje muy afilado en una mano y brotándole chispas de los ojos. Se acercó al grupo, y dijo cogiendo al mercader: «Ven para que yo te mate como mataste á aquel hijo mío, que era el aliento de mi vida y el fuego de mi corazón.» Entonces se echó á llorar el mercader, y los tres jeques empezaron también á llorar, á gemir y á suspirar.
Pero el primero de ellos, el dueño de la gacela, acabó por tomar ánimos, y besando la mano del efrit, le dijo: «¡Oh efrit, jefe de los efrits y de su corona! Si te cuento lo que me ocurrió con esta gacela y te maravilla mi historia, ¿me recompensarás con el tercio de la sangre de este mercader?» Y el efrit dijo: «Verdaderamente que sí, venerable jeque. Si me cuentas la historia y yo la encuentro extraordinaria, te concederé el tercio de esta sangre.»
Cuento del primer jeque
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El primer jeque dijo:
«Sabe, ¡oh gran efrit! que esta gacela era la hija de mi tío[1], carne de mi carne y sangre de mi
- ↑ Por eufemismo suelen llamar así los árabes á sus mujeres. No dicen suegro, sino tío; de modo que «la hija de mi tío» equivale á «mi mujer».