todo el forraje y hasta lamió el recipiente con su lengua.
Pero el amo les había oído hablar.
En cuanto amaneció, fué con su esposa hacia el establo de los bueyes y las vacas, y se sentaron á la puerta. Vino el mayoral y sacó al buey, que en cuanto vió á su amo empezó á menear la cola, á ventosear ruidosamente y á galopar en todas direcciones como si estuviese loco. Entonces le entró tal risa al comerciante, que se cayó de espaldas. Su mujer le preguntó: «¿De qué te ríes?» Y él dijo: «De una cosa que he visto y oído; pero no la puedo descubrir porque me va en ello la vida.» La mujer insistió: «Pues has de contármela, aunque te cueste morir.» Y él dijo: «Me callo, porque temo á la muerte.» Ella repuso: «Entonces es que te ríes de mí.» Y desde aquel día no dejó de hostigarle tenazmente, hasta que le puso en una gran perplejidad. Entonces el comerciante mandó llamar á sus hijos, así como al kadí[1] y á unos testigos. Quiso hacer testamento antes de revelar el secreto á su mujer, pues amaba á su esposa entrañablemente porque era la hija de su tío paterno[2], madre de sus hijos, y había vivido con ella ciento veinte años de su edad. Hizo llamar también á todos los parientes de su esposa y á los habitantes del barrio y refirió á todos lo ocurrido, diciendo que moriría en cuanto revelase el secreto. Entonces toda la gente dijo á la mujer: «¡Por Alah