la ha regalado mi amante. He ido á su casa, después de algún tiempo que no la había visto, y la he encontrado enferma, y tenía al lado tres manzanas, y al interrogarla, me ha dicho: «Figúrate, ¡oh querido mío! que el pobre cornudo de mi esposo ha ido á Basrah expresamente á comprármelas, y le han costado tres dinares de oro.» Y en seguida me dió ésta que llevo en la mano.»
Al oir tales palabras del negro, ¡oh Príncipe de los Creyentes! mis ojos vieron que el mundo se oscurecía; cerré la tienda á toda prisa y entré en mi casa, después de haber perdido en el camino toda la razón, por la fuerza explosiva de mi furia. Dirigí una mirada al lecho, y, efectivamente, la tercera manzana no estaba ya allí. Y pregunté á mi esposa: «¿En dónde está la otra manzana?» Y me contestó: «No sé qué ha sido de ella.» Esto era una comprobación de las palabras del negro. Entonces me abalancé sobre ella cuchillo en mano, y apoyando en su vientre mis rodillas, la cosí á cuchilladas. Después le corté la cabeza y los miembros, lo metí todo apresuradamente en la banasta, cubriéndolo con el velo y el tapiz, y guardándolo en el cajón, que clavé yo mismo. Y cargué el cajón en mi mula, y en seguida lo arrojé en el Tigris con mis propias manos.
¡Por eso, ¡oh Emir de los Creyentes! te suplico que apresures mi muerte, en castigo á mi crimen, pues me aterra tener que dar cuenta de él el día de la Resurrección!