¡Porque yo, con toda mi ciencia, mis manuscritos, mis libros y mi tintero, no puedo desviar la fuerza del Destino ni un solo día! ¡Y los que apostasen por mí perderían su apuesta!
¡Nada, en efecto, hay más desolador que el pobre, el estado del pobre y el pan y la vida del pobre!
¡En verano, se le agotan las fuerzas! ¡En invierno, no dispone de abrigo!
¡Si se para, le acosarán los perros para que se aleje! ¡Cuán mísero es! ¡Ved cómo para él son todas las ofensas y todas las burlas! ¿Quién es más desdichado?
Y si no clama ante los hombres, si no pregona su miseria, ¿quién le compadecerá?
¡Oh! Si tal es la vida del pobre, ¿no ha de preferir la tumba?
Al oir estos versos tan tristes, el califa dijo á Giafar: «Los versos y el aspecto de ese pobre hombre indican una gran miseria.» Después se aproximó al viejo y le dijo: «¡Oh jeque! ¿cuál es tu oficio? Y él respondió: «¡Oh señor mío! Soy pescador. ¡Y muy pobre! ¡Y con familia! Y desde el mediodía estoy fuera de casa trabajando, ¡y Alah no me concedió aún el pan que ha de alimentar á mis hijos! Estoy, pues, cansado de mi persona y de la vida, y no anhelo más que morir.» Entonces el califa le dijo: «¿Quieres venir con nosotros hasta el río, y echar la red en mi nombre, para ver qué tal suerte tengo?