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HISTORIA DEL MANDADERO...

Terminados los versos, seguía llorando, y al oirme y ver mis lágrimas, mi esposo se excitó y enfureció más todavía, y dijo estas estancias:


¡Si así dejé á la que mi corazón amaba, no ha sido por hastío ni cansancio! ¡Ha cometido una falta que merece el abandono! ¡Ha querido asociar á otro á nuestra ventura, cuando ni mi corazón, ni mi razón, ni mis sentidos pueden tolerar sociedad semejante!


Y cuando acabó sus versos yo lloraba aún, con la intención de conmoverle, y dije para mí: «Me tornaré sumisa y humilde. Y acaso me indulte de la muerte, aunque se apodere de todas mis riquezas.» Y le dirigí mis súplicas, y recité con gentileza estas estrofas:


¡En verdad te juro que, si quisieses ser justo, no mandarías que me matasen! ¡Pero es sabido que el que ha juzgado inevitable la separación nunca supo ser justo!

¡Me cargaste con todo el peso de las consecuencias del amor, cuando mis hombros apenas podían soportar el peso de la túnica más fina ó algún otro todavía más ligero!

¡Y sin embargo, no es mi muerte lo que me asombra, sino que mi cuerpo, después de la ruptura, siga deseándote!


Terminados los versos, mis sollozos continuaban.