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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

rio. Estaba iluminado por lámparas de cristal verde que colgaban del techo, y en el centro había un tapiz de oraciones extendido hacia Oriente, y allí estaba sentado un hermoso joven que leía el Corán en alta voz, acompasadamente.

Me sorprendió mucho, y no acertaba á comprender cómo había podido librarse de la suerte de todos los otros. Entonces avancé un paso y le dirigí mi saludo de paz, y él, volviéndose hacia mí y mirándome fijamente, correspondió á mi saludo. Luego le dije: «¡Por la santa verdad de los versículos del Corán que recitas, te conjuro á que contestes á mi pregunta!»

Entonces, tranquilo y sonriendo con dulzura, me contestó: «Cuando expliques quién eres, responderé á tus preguntas.» Le referí mi historia, que le interesó mucho, y luego le interrogué por las extraordinarias circunstancias que atravesaba la ciudad. Y él me dijo: «Espera un momento.» Y cerró el Libro Noble, lo guardó en una bolsa de seda y me hizo sentar á su lado. Entonces le miré atentamente, y vi que era hermoso como la luna llena; sus mejillas parecían de cristal; su cara tenía el color de los dátiles frescos, y estaba adornado de perfecciones, cual si fuese aquel de quien habla el poeta en sus estrofas:


¡El que lee en los astros contemplaba la noche! ¡Y de pronto surgió ante su mirada la esbeltez del apuesto mancebo! Y pensó: