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HISTORIA DEL MANDADERO...

á ellos, y cada vez me decía: «¡Ay, ojos míos! ¡Ay, alma mía!» Y me acariciaba, y la mordía yo, y ella me pellizcaba, y así durante toda la noche.

Las siguientes, ¡oh señora mía! se deslizaron de la misma manera, cada noche con una de las hermanas, y no se pasó ninguna noche sin que no hubiese numerosos asaltos por parte de los dos. Un año completo duró esta felicidad. Y cada mañana se me acercaba la joven de la noche próxima, y llevándome al hammam, me lavaba todo, me daba un enérgico masaje y perfumaba mi cuerpo con cuantos perfumes otorgó Alah á sus servidores.

Llegó el final del año. La mañana del último día vi á todas las jóvenes al pie de mi cama, sueltas las cabelleras, llorando amargamente, poseídas de un gran dolor, y me dijeron: «Sabe, ¡oh luz de nuestros ojos! que hemos de abandonarte, como abandonamos á otros antes que á ti, pues te consta que no eres el primero, y que anteriormente otros muchos nos cabalgaron y nos hicieron lo que tú. Pero tú eres verdaderamente el cabalgador más rico en corvetas y en medida de largo y grueso. Eres, en realidad, el más libertino y agradable de todos. Por este motivo, no podremos vivir sin ti.» Y yo les dije: «¿Y por qué habéis de abandonarme? Porque yo tampoco quiero perder la alegría de mi vida, que está en vosotras.» Ellas contestaron: «Sabe que somos todas hijas de un rey, pero de madre distinta. Desde nuestra pubertad vivimos en este palacio, y cada año pone Alah en nuestro camino un cabalga-