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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

vamente cuán subyugado estaba mi corazón por sus encantos, y luego nos tendimos y dormimos juntos toda la noche.

Al aproximarse el día me desperté y me lavé, llevando al joven la palangana llena de agua perfumada para que asimismo se lavase, y preparé los alimentos y comimos juntos, hablando, jugando y riendo luego hasta la noche. Y entonces pusimos la mesa y cenamos un carnero relleno de almendras, pasas, nuez moscada, clavo y pimienta. Y bebimos agua dulce y fresca, y tomamos también sandía, melón, tortas y pastelillos tan finos y leves como una cabellera, en los cuales no se había escatimado la manteca, la miel, las almendras ni la canela. Y como la noche anterior, nos acostamos, y pude darme cuenta de cuán grande era nuestra amistad. Y así dejamos transcurrir, tranquilos y felices, hasta el día cuadragésimo. Este último día, como tenía que venir su padre, el joven quiso darse un buen baño, y puse á calentar agua en el caldero, vertiéndola después en la tina de cobre y añadiéndole agua fría para hacerla más agradable. El joven entró en el baño, y lo lavé, y lo froté, y le di masaje, perfumándole y transportándole á la cama, donde le cubrí con la colcha y le envolví la cabeza en un pedazo de seda bordada de plata, obsequiándole con un sorbete delicioso, y se durmió.

Al despertarse quiso comer algo, y eligiendo la sandía más hermosa y colocándola en una bandeja, y la bandeja en un tapiz, me subí á la cama para