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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

pues me bastó verte para estar predispuesto á tu favor.»

Entonces el joven, dibujando una sonrisa en sus labios, me invitó á que me sentase junto á él en el diván, y me dijo: «Sabe, ¡oh señor mío! que no me trajeron á este lugar para que muriese, sino para librarme de la muerte. Sabe también que soy hijo de un gran joyero, conocido en todo el mundo por sus riquezas y la cuantía de sus tesoros. Las caravanas que van por cuenta suya á lejanos países para vender su pedrería á los reyes y emires de la tierra han extendido su reputación por todas partes. Al nacer yo, siendo ya él de edad madura, le anunciaron los maestros de la adivinación, que su hijo había de morir antes que su padre y su madre; y mi padre, aquel día, á pesar del regocijo que le había causado mi nacimiento y la felicidad de mi madre, que me dió al mundo después del término de nueve meses, por voluntad de Alah, experimentó un dolor muy grande, sobre todo cuando los sabios que habían leído en los astros mi suerte le dijeron: «Matará á tu hijo un rey, hijo de otro rey, llamado Kassib, cuarenta días después de que aquél haya arrojado al mar al jinete de bronce de la montaña magnética.» Y mi padre el joyero quedó afligidísimo. Y cuidó de mí, educándome con mucho esmero, hasta que hube cumplido los quince años. Pero entonces supo que el jinete había sido echado al mar, y la noticia le apenó y le hizo llorar tanto, que en poco tiempo palideció su cara, enflaqueció su cuerpo y