á dormir, sin despertar hasta por la mañana. Me puse mis vestidos secos, me levanté buscando donde ir, y me interné en un pequeño valle fértil, recorriéndolo en todas direcciones, y así di una vuelta entera al lugar en que me encontraba, viendo que me rodeaba el mar por todas partes. Y me dije: «¡Qué fatalidad la mía! ¡Siempre que me libro de una desgracia caigo en otra peor!»
Mientras me absorbían tan tristes pensamientos, divisé que venía por el mar una barca con gente. Entonces, temeroso de que me ocurriera algo desagradable, me levanté y me encaramé á un árbol para esperar los acontecimientos. Al arribar la barca salieron de ella diez esclavos con una pala cada uno. Anduvieron hasta llegar al centro de la isla, y allí empezaron á cavar la tierra, dejando al descubierto una trampa. La levantaron, y abrieron una puerta que apareció debajo. Hecho esto, volvieron á la barca, descargando de su interior y echándose á hombros gran cantidad de efectos: pan, harina, miel, manteca, carneros, sacos llenos y otras muchas cosas; todo, en fin, lo que pueda desear quien vive en una casa. Los esclavos siguieron yendo y viniendo del subterráneo á la barca y de la barca á la trampa, hasta vaciar completamente aquélla, sacando luego trajes suntuosos y magníficos, que se echaron al brazo; y entonces vi salir de la barca, en medio de los esclavos, á un anciano venerable, tan flaco y encorvado por los años y las vicisitudes, que apenas tenía apariencia humana. Este jeque llevaba