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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

maba Kassib y yo era su hijo. Cuando murió el rey, mi padre, heredé su reino, y reiné y goberné con justicia, haciendo mucho bien entre mis súbditos.

Pero tenía gran afición á los viajes por mar. Y no me privaba de ellos, porque la capital de mi reino estaba junto al mar, y en una gran extensión marítima pertenecíanme numerosas islas fortificadas. Una vez quise ir á visitarlas todas, y mandé preparar diez naves grandes y llenarlas de provisiones para un mes, dándome á la vela. Esta visita duró veinte días, al cabo de los cuales, una noche se desencadenó contra nosotros un viento contrario, que se prolongó hasta el amanecer. Entonces, calmado un poco el viento y suavizado el mar, al salir el sol vimos una isla en la que podíamos detenernos. Fuimos á tierra, hicimos algo de comer, y descansamos dos días en espera de que la tempestad terminara, y luego zarpamos. El viaje duró otros veinte días, hasta que en uno de tantos perdimos la derrota, pues las aguas en que navegábamos eran tan desconocidas para nosotros como para el capitán. Porque el capitán, realmente, no conocía este mar. Entonces le dijimos al vigía: «Mira con atención el mar.» Y el vigía subió al palo, descendió después y nos dijo al capitán y á mí: «A la derecha he visto peces en la superficie del agua, y muy lejos, en medio de las olas, una cosa que unas veces parecía blanca y otras negra.»

Al oir estas palabras del vigía, el capitán sufrió un cambio muy notable en su color, tiró el turbante