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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

mente, no sé cuál elegir de entre todos los males; no prefiero ninguno.» Y el efrit, más irritado que nunca, golpeó con el pie en el suelo y exclamó: «¡Te mando que elijas! A ver, ¿bajo qué forma quieres que te encante? ¿Prefieres la de un borrico? ¿La de un mulo? ¿La de un cuervo? ¿La de un perro? ¿La de un mono?» Entonces yo, con la esperanza de un indulto completo y abusando de su buena disposición, le respondí: «¡Oh mi señor Georgirus, descendiente del poderoso Eblis! Si me perdonas, Alah te perdonará también, pues tendrá en cuenta tu clemencia con un buen musulmán que nunca te hizo daño.» Y seguí suplicando hasta el límite de la súplica, postrándome humildemente entre sus manos, y le decía: «No me condenes injustamente.» Pero él replicó: «No hables más si no quieres morir. Es inútil que abuses de mi bondad, pues tengo que encantarte necesariamente.»

Y dicho esto, me cogió, hendió la cúpula, atravesó la tierra y voló conmigo á tal altura, que el mundo me parecía una escudilla de agua. Descendió después hasta la cima de un monte, y allí me soltó; cogió luego un puñado de tierra, refunfuñó algo como un gruñido, pronunció en seguida unas palabras misteriosas, y arrojándome la tierra, dijo: «¡Sal de tu forma y toma la de un mono!» Y al momento, ¡oh señora mía! quedé convertido en mono. ¡Pero qué mono! ¡Viejo, de más de cien años y de una fealdad excesiva! Cuando me vi tan horrible, me desesperé y me puse á brincar, y brincaba real-