¡Cuando te apareciste, corrieron por mi rostro dulces lágrimas, y me quedé mudo, pues mis ojos te decían lo necesario!
¡Los párpados saben expresar también los sentimientos! ¡El entendido no necesita utilizar los dedos!
¡Nuestras cejas pueden suplir á las palabras! ¡Silencio, pues! ¡Dejemos que hable el amor!
Y entonces la joven, habiendo entendido mis súplicas, soltó el alfanje. Lo recogió el efrit, y entregándomelo, dijo señalando á la joven: «Córtale la cabeza y quedarás en libertad; te prometo no causarte ningún daño.» Y yo contesté: «¡Así sea!» Y cogí el alfanje y avancé resueltamente con el brazo levantado. Pero ella me imploraba, haciéndome señas con los ojos, como diciendo: «¿Qué daño te hice?» Y entonces se me llenaron los ojos de lágrimas, y arrojando el alfanje, dije al efrit: «¡Oh poderoso efrit! ¡Oh héroe robusto é invencible! Si esta mujer fuese tan mala como crees, no habría dudado en salvarse á costa de mi vida. Y en cambio ya has visto que ha arrojado el alfanje. ¿Cómo he de cortarle yo la cabeza, si además no conozco á esta joven? Así me dieses á beber la copa de la mala muerte, no había de prestarme á esa villanía.» Y el efrit contestó á estas palabras: «¡Basta ya! Acabo de sorprender que os amáis. He podido comprobarlo.»