una opresión en el pecho, á causa de mi soledad, y al levantarme en busca de alguna bebida refrescante que reconfortara mi ánimo, lo hice tan bruscamente, que resbalé y fuí á dar contra la cúpula.» Pero el efrit dijo: «¡Cómo sabes mentir, desvergonzada libertina!» Después empezó á registrar el palacio por todos lados, hasta encontrar mis babuchas y el hacha. Y entonces gritó: «¿Qué significan estas prendas? ¿Cómo han podido llegar aquí?» Y ella contestó: «Ahora las veo por primera vez. Acaso las llevarías tú colgando á la espalda, y así las has traído.» El efrit, en el colmo del furor, dijo entonces: «Todo eso son palabras absurdas, torpes y falsas. Y no han de servirte conmigo, mala mujer.»
En seguida la desnudó completamente, la puso sobre cuatro estacas clavadas en el suelo, y empezó á atormentarla, insistiendo en sus preguntas sobre lo que había ocurrido. Pero yo no pude resistir más aquella escena, ni escuchar su llanto, y subí rápidamente los peldaños, trémulo de terror. Una vez en el bosque, puse la trampa como la había encontrado y la oculté á las miradas cubriéndola con tierra. Y me arrepentí de mi acción hasta el límite del arrepentimiento. Y me puse á pensar en la joven, en su hermosura y en los tormentos que le hacía sufrir aquel miserable después de poseerla veinte años. Y aún me dolía más que la atormentase por causa mía. Y en ese momento me puse á pensar también en mi padre, en su reino y en mi triste condición de leñador. ¡Esto fué todo!