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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

una embajada que lleva estos presentes al poderoso rey de la India.» Y contestaron ellos: «No estamos en sus dominios ni dependemos de ese rey.» Y en seguida mataron á varios de mis servidores, mientras que huíamos los demás. Yo había recibido una herida enorme, pero, afortunadamente, los árabes sólo se cuidaron de apoderarse de las riquezas que llevaban los camellos.

No sabía yo dónde estaba ni qué había de hacer, pues me afligía pensar que poco antes era muy poderoso y ahora me veía en la pobreza y en la miseria. Seguí huyendo, hasta encontrarme en la cima de una montaña, donde había una gruta, y allí al fin pude descansar y pasar la noche.

A la mañana siguiente salí de la gruta, proseguí mi camino, y así llegué á una ciudad espléndida, de clima tan maravilloso, que el invierno nunca la visitó y la primavera la cubría constantemente con sus rosas. Me alegró mucho al entrar en aquella ciudad, donde encontraría, seguramente, descanso á mis fatigas y sosiego á mis inquietudes.

No sabía á quién dirigirme, pero al pasar junto á la tienda de un sastre que estaba allí cosiendo, le deseé la paz, y el buen hombre, después de devolverme el saludo, me abrazó, me invitó cordialmente á sentarme, y lleno de bondad me interrogó acerca de los motivos que me habían alejado de mi país. Le referí entonces cuanto me había ocurrido, desde el principio hasta el fin, y el sastre me compadeció mucho y me dijo: «¡Oh tierno joven, no cuentes eso