ejemplo fecundo; no basta con saber muy bien la lengua de que se traduce y la lengua en que se traduce. Algo más es necesario, y este algo es la maravillosa comprensión de la poesía extranjera en lo que tiene de más peculiar y de más fresco. Además, es indispensable una libertad de lenguaje que no es frecuente.
«Hay en los libros de los países orientales cosas que nuestra decencia europea no admite y que es preciso velar», dicen los académicos En realidad; nadie tiene derecho á escamotear una sola frase, por ruda que sea, á un autor exótico. ¿Que las palabras escabrosas os chocan? ¿Que no os atrevéis á llamar al pan pan y al sexo sexo?... Pues cerrad el libro y dejad en paz su poesía. En este punto, el buen señor Galland debe de haber tenido sorpresas muy desagradables durante su larga labor de adaptador, porque si hay cuentos que contienen desvergüenzas—adorables y lozanas desvergüenzas —, son los de Las mil noches y una noche, al lado de los cuales el Decamerón, de Boccaccio, y el Heptomerón, de la reina de Navarra, y hasta las Damas galantes, de Brantóme, resultan simples discreteos de señoritas libertinas. Interrogado por un repórter cuando publicaba los primeros capítulos de su traducción en las revistas, el doctor Mardrus explicó con llaneza su manera de obrar y de pensar en tal particular. He aquí sus palabras:
«Los pueblos primitivos llaman las cosas por su nombre, y no encuentran nunca condenable lo que