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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

A todo esto, las jóvenes les preguntaron: «¿De qué habláis, buena gente?» Entonces el mandadero se levantó, se puso delante de la mayor de las tres hermanas, y le dijo: «¡Oh soberana mía! En nombre de Alah te pido y te conjuro, de parte de todos los convidados, que nos cuentes la historia de esas dos perras negras, y por qué las has castigado tanto, para llorar después y besarlas. Y dinos también, para que nos enteremos, la causa de esas huellas de latigazos que se ven en el cuerpo de tu hermana. Tal es nuestra petición. Y ahora, ¡que la paz sea contigo!»

Entonces la joven les preguntó á todos: «¿Es cierto lo que dice este mandadero en vuestro nombre?» Y todos, excepto el visir, contestaron: «Cierto es.» Y el visir no dijo ni una palabra.

Entonces la joven, al oir su respuesta, les dijo: «¡Por Alah, huéspedes míos! Acabáis de ofendernos de la peor manera. Ya se os advirtió oportunamente que si alguien hablaba de lo que no le importase, oiría lo que no le había de gustar. ¿No os ha bastado entrar en esta casa y comeros nuestras provisiones? Pero no tenéis vosotros la culpa, sino nuestra hermana, por haberos traído.»

Y dicho esto, se remangó el brazo, dió tres veces con el pie en el suelo, y gritó: «¡Hola! ¡Venid en seguida!» E inmediatamente se abrió uno de los roperos cubiertos por cortinajes, y aparecieron siete negros, altos y robustos, que blandían agudos alfanjes. Y la dueña les dijo: «Atad los brazos á esa gente