«Yo ofrezco—dice—, desnudas, vírgenes, intactas y sencillas, para mis delicias y el placer de mis amigos, estas noches árabes, vividas, soñadas y traducidas sobre su tierra natal y sobre el agua. Ellas me fueron dulces durante los ocios en remotos mares, bajo un cielo ahora lejano, Por eso las doy. Sencillas, sonrientes y llenas de ingenuidad, como la musulmana Schahrazada, su madre suculenta que las dio á luz en el misterio; fermentando con emoción en los brazos de un príncipe sublime (lúbrico y feroz), bajo la mirada enternecida de Alah, clemente y misericordioso. Al venir al mundo fueron delicadamente mecidas por las manos de la lustral Doniazada, su buena tía, que grabó sus nombres sobre hojas de oro coloreadas de húmedas pedrerías y las cuidó bajo el terciopelo de sus pupilas hasta la adolescencia dura, para esparcirlas después, voluptuosas y libres, sobre el mundo oriental, eternizado por su sonrisa* Yo os las entrego tales como son, en su frescor de carne y de roca» Sólo existe un método honrado y lógico de traducción: la «literalidad», una literalidad impersonal, apenas atenuada por un leve parpadeo y una ligera sonrisa del traductor, Ella crea, sugestiva, la más grande potencia literaria. Ella produce el placer de la evocación. Ella es la garantía de la verdad...»
Ya lo oís. Explicando su método personal, el ilustre escritor árabe (porque Mardrus nació en Siria) viene á dar á Europa la más admirable y la más útil enseñanza, Pero lo malo es que, para seguir su