califa, el visir y el portaalfanje, y al verlos, las jóvenes se pusieron de pie y les dijeron: «¡Sed bien venidos, y que la acogida en esta casa os sea tan amplia como amistosa! Sentaos, ¡oh huéspedes nuestros! Sólo tenemos que imponeros una condición: No habléis de lo que no os importe, si no queréis oir cosas que no os gusten.» Y ellos respondieron: «Ciertamente que sí.» Y se sentaron, y fueron invitados á beber y á que circulase entre ellos la copa. Después el califa miró á los tres saalik, y se asombró mucho al ver que los tres estaban tuertos del ojo izquierdo. Y miró en seguida á las jóvenes, y al advertir su hermosura y su gracia, quedó aún más perplejo y sorprendido. Las doncellas siguieron conversando con los convidados, invitándoles á beber con ellas, y luego presentaron un vino exquisito al califa, pero éste lo rechazó, diciendo: «Soy un buen hadj»[1]. Entonces la más joven se levantó y colocó delante de él una mesita con incrustaciones finas, encima de la cual puso una taza de porcelana de China, y echó en ella agua de la fuente, que enfrió con un pedazo de hielo, y lo mezcló todo con azúcar y agua de rosas, y después se lo presentó al califa. Y él aceptó, y le dió las gracias, diciendo para sí: «Mañana tengo que recompensarla por su acción y por todo el bien que hace.»
Las doncellas siguieron cumpliendo sus deberes de hospitalidad y sirviendo de beber. Pero cuando
- ↑ Hadj, peregrino de la Meca.