turna de las brujas. Entonces se desnudó, volvió á ceñirse la espada, y se fué hacia el sitio donde se encontraba el negro. Había allí velas y farolillos colgados, y también perfumes, incienso y distintas pomadas. Se fue derechamente al negro, le hirió, le atravesó, y le hizo vomitar el alma. En seguida se lo echó á hombros, y lo arrojó al fondo de un pozo que había en el jardín. Después volvió á la cúpula, se vistió con las ropas del negro, y se paseó durante un instante á todo lo largo del subterráneo, tremolando en su mano la espada completamente desnuda.
Transcurrida una hora, la desvergonzada bruja llegó á la habitación del joven. Apenas hubo entrado, desnudó al hijo de su tío, cogió el látigo y empezó á pegarle. Entonces él gritaba: «¡No me hagas sufrir más! ¡Bastante terrible es mi desgracia! ¡Ten piedad de mí!» Ella respondió: «¿La tuviste de mí? ¿Respetaste á mi amante? Así, pues, ¡toma, toma!» Después le puso la túnica de crin, colocándole la otra ropa por encima, é inmediatamente marchó al aposento del negro, llevándole la copa de vino y la taza de plantas hervidas. Y al entrar debajo de la cúpula, se puso á llorar é imploró: «¡Oh dueño mío, háblame, hazme oir tu voz!» Y recitó dolorosamente estos versos:
¡Oh corazón mío! ¿ha de durar mucho esta separación tan angustiosa? ¡El amor con que me traspasaste es un tormento que supera mis fuerzas! ¿Hasta cuándo seguirás huyendo de mí? ¡Si sólo querías mi dolor y mi