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Juan Silvestre


Quizá no veamos más a nuestro amigo Juan Silvestre. Al despedirse nos dijo que tal vez no tornaría.

Su hermana Gilberta era quien lo retenía en la tierra de sus mayores, y ahora la dulce criatura que lo impregnaba todo con su melancolía, está muerta.

Después de su partida he visitado su cuarto. Al entrar sentí el olor a tabaco que su pipa dejara en aquel ambiente. Su vieja ama abrióme las ventanas y cuando la claridad del día entró, me miró tristemente.

Sobre la mesa, su lámpara apagada derramaba en torno, no su luz blanca y apacible, sino una tristeza infinita. Su sombra me hizo pensar en unos párpados caídos sobre una mirada que se extinguió para siempre.

En mi memoria levantóse el perfil del viejo amigo, con la pipa entre los labios. Me parecía ver su gran cabeza canosa, su fisonomía que dijérase esculpida en piedra, y sus hermosos ojos, lo único bello en este rostro, mirándome