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cifra todo. Se me ha rodeado hoy un lance, cuya descripción vendría a ser un lindisimo idilio. Pero, ¿a qué es poesia, lance ni idilio? ¿Desmerecerá el asunto en rasguearlo naturalisimamente?

Si, tras este exordio, cuentas con encumbrados primores, te equivocas de medio a medio; todo se reduce a un campesino encariñado con estos extremos entrañables. No acertaré, como acostumbro, a referirlo a derechas, y tú supongo harás de las tuyas conceptuándome recargado. Se vuelve a tratar de Wahlheim; y siempre es Wahlheim, donde brotan estas preciosidades.

Hubo concurrencia a tomar café en los tilos, y como me congeniaba poco, me desvié con un pretexto.

Salió un mozo de la casa inmediata y se puso a habilitar el arado del dibujo. Me gustó su traza, entablamos coloquio, me informé de sus circunstancias, nos dimos pronto a conocer, y, como suele sucederme con los de su clase, quedamos corrientes.

Me refirio que estaba sirviendo a una viuda, y bien hallado en la casa. Me habló tan largamente de la dueña, y con tales alabanzas, que luego eché de ver que era todo suyo en cuerpo y alma. «No es ya joven—dijo—, ha vivido atropellada por su difunto y no quiere más desposorios. Y en su relación descollaba el atractivo y aun hermosura que todavia conservaba para él, cuanto anhelaba ser su marido, para hacerle borrar todo recuerdo de las demasias del anterior, que debiera yo repetirte por ápices sus expresiones, para retratarte al vivo el acendrado