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es su riqueza, y ella sola es quien hace grande al artista. Explayense cuanto quieran sobre la ventaja de las reglas, que allá se va con las alabanzas de todo enlace social; quien rasguea a su albedrio no abortará lo estragado y mohoso; como el que se conforma con las leyes y el decoro no será un vecino incómodo ni un malvado odioso; por el contrario, las reglas, digan cuanto quieran, dan al través con los legitimos arranques y la acertada expresión de la naturaleza. Dirás que esto se pasa de raya; ciñámoslo, despampanemos el follaje de la vid, etc. Amigo de mis entrañas, ¿hemos de acudir a un símil?

Sucede aqui lo que con el amor. Un galán primerito, clavado en pos de una muchacha, rendido a toda hora, extrema sus alcances y atosiga sus potencias para estarle sin cesar evidenciando que es todo suyo. Asoma un don Severo, un empleado público, y le dice: «Caballerito, el amar es muy de hombres, pero aun amando se ha de ser hombre. Hay que repartir las horas, y las que sobren del trabajo dediquense placenteramente a la Clori. Ajustar sus cuentas, y del sobrante, ¿quién quita que se le hagan sus regalos, ya para sus cumpleaños, ya para sus días, etc...? Sigue el consejo; lábrase un mozo de provecho, y aun estimularia yo a un principe para que lo colocase en algún colegio. Pero... adiós cariño, y si es artista, voló su arte. ¡Ay amigo! ¿Por qué el numen escasea asi sus raudales, sus hervideros y el impetu arrollador de sus avenidas?... Querido mio, allá se apoltronan señorones por ambos ribadizos, cuyos pensiles, alfombras de tulipanes y