cerca el recinto, los grandiosos árboles que entoldan en torno, la frescura del sitio; todo este conjunto embelesa a un tiempo y desconsuela. Siéntome alli todos los días por espacio de una hora. Las muchachas del pueblo acuden por agua; quehacer tan inocente como indispensable, que en lo antiguo solían desempeñar infantas. Asáltanme sentado intensísimos recuerdos patriarcales, con aquello de que los mayores en las fuentes entablaban sus enlaces y festejos, y que por las fuentes y manantiales revolotean espiritus cariñosos. No habrå por cierto quien, tras el angustioso ejercicio del estio, se haya recreado con el fresco de una fuentecilla, y no se empape en idénticos pensamientos.
Preguntasme si me devolverás los libritos... Amor mío, déjame en paz, por Dios Santo. No más arrobos, impetus ni acaloramientos, harto hierve de suyo mi corazón; arrullos quiero, y los hallo que rebosan en mi Homero. ¡Cuánto no halaga y adormece los arrebatos de mi sangre! Pues no has visto corazón más desigual, más alborotado que el mío. ¡Ay querido! ¿Necesitas que te lo noticie, a ti que cargaste y recargaste con el peso de explayarme en mis desconsuelos, y me has visto ir a parar de una melancolia halagüeña a congojas mortales? Haz cuenta que mi corazón es un niño enfermizo a quien hay que satisfacer todas sus voluntariedades. Callémoslo, porque hay gentes que harian caudal para zaherirme.