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postrer trance. ¡Qué sensación tan sin igual, Carlota, que se acerca al sueño amortiguado, la de decir: ¡esta es la mañana última! ¡La última, Carlota! Ninguna mella me causa esta palabra: última. Heme aquí en mis potencias todas, y mañana yazco tendido y yerto en el suelo. ¡Morir! ¿Qué viene a significar esto?

Estamos soñando al hablar de la muerte. He visto morir a varios; pero la Humanidad es tan obtusa, que no le cupo alcanzar el arranque ni el término de su existencia. Todavia soy mío... tuyo, tuyo, adorada mia... Y, en un momento, separados, desviados... quizás para siempre... No, Carlota, no... ¿Cómo puedo fenecer? ¿Cómo has de fenecer tú? De hecho existimos... ¡Fenecer! ¿Qué viene a significar esto?

No es más, repito, que una voz, un sonido huero y sin sentido para mi corazón. Muerto, Carlota, enterrado en el suelo estrecho, lóbrego, yerto. Tuve una amiga, que era el todo de mi desvalida mocedad; murió, segui el cadáver, me asomé al sepulcro, descargáronse los portadores, susurró la cuerda al bajar y subir, sonó allá abajo la primera palada, resonó hondamente el ataúd estrecho, fué a menos y a menos el eco, y quedó por fin encerrada. Arrojéme sobre la huesa, atónito, conmovido, angustiado, con las entrañas traspasadas, sin saber lo que me sucedia... ni lo que me ha de acontecer. ¡Morir! ¡Túmulo!... No comprendo estas palabras.

Perdona, perdona.. ¡Ayer! debió ser el punto. final de mi vida. Angel mio, por la vez primera, por la primera vez, ciertamente, encarnó y abrazó mi más intimo ser la sensación del sumo deleite. Arde todavia