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Si en un momento dado pudiésemos hallarnos en el punto de la órbita terrestre diametralmente opuesto al que en aquel instante recorriera nuestro mundo, distaríamos de él 288 millones de kilómetros, y le veríamos como una estrellita pequeña y brillante, que iría poco á poco aumentando á nuestra vista si permanecíamos en el mismo punto de observación, de modo que al transcurrir tres meses presentaría ya un tamaño aparente igual al que nos ofrece Marte. Si seguíamos inmóviles dejando que la Tierra se aproximase á nosotros en virtud de su movimiento de traslación, pronto la veríamos tan grande y brillante como á Venus en las épocas de su mayor proximidad. En los últimos veinte días se iría aumentando progresivamente su disco, y, por fin, cuando sólo faltasen veinticuatro horas para que pasara por el punto que ocupábamos, sería ya casi tan grande como la Luna, Doce horas después su tamaño aparente superaría al de este astro cuando aparece sobre el horizonte, y en las últimas horas iría creciendo con espantosa rapidez; pero podríamos seguir abarcando su disco con la vista hasta que sólo faltase un cuarto de hora para que llegase á donde nos hallábamos. Desde ese momento se engrandecería hasta llegar á cubrir todo el cielo, y suponiendo que pasara á nuestro lado sin tropezarnos, apenas podríamos formarnos idea de su superficie, porque no emplearía sino siete minutos en deslizarse ante nuestra mirada de un extremo á otro; es decir, que podríamos hacernos la ilusión de que viajábamos por ella con una velocidad que