en cuyo interior brilla una llama de gas! Adela se había inclinado siempre á creer que era una gran esfera de hielo ó de cristal; Luis sabía ya que era un astro pedregoso, pero conocía pocos pormenores de ese misterioso mundo, tan cercano al nuestro, y, sin embargo, tan diferente de él.
Poco después de terminada la cena, subió D. Alberto con los niños á la azotea que les servía á la vez de cátedra y de observatorio.
—Anoche —les dijo— os indiqué ya que habíamos de consagrar la conferencia de esta noche á tratar de la Tierra en que habitamos y de su satélite la Luna. Voy, pues, á deciros algo sobre nuestro mundo, aunque en esto me propongo ser muy breve, pues sólo he de hablaros de él desde el punto de vista astronómico.
Ya os he dicho en las conferencias anteriores que la Tierra es una estrella como cualquiera otra de las que vemos brillar en el espacio, que pertenece al número de las que están apagadas y carecen de luz propia, por lo que tiene que limitarse á reflejar la que le envían los demás astros, principalmente el Sol, y que forma parte de la serie de planetas que giran en torno de éste. La Tierra efectúa su movimiento de rotación en veinticuatro horas y en la dirección de Occidente á Oriente, y esta es la causa de que nos parezca que todos los astros dan una vuelta completa al cielo en dirección contraria y en el espacio de un día.
—Nuestro mundo dista del Sol, por término medio, 148 millones de kilómetros, y describe en torno suyo una órbita casi circular. Su mayor