prolongado hoy mucho más de lo que yo creía. La suspendo, pues, aquí, y mañana terminaré la explicación que os vengo haciendo sobre los planetas de nuestro sistema solar.
No sin sentimiento renunciaron los niños a seguir mirando los astros á través del anteojo; pero realmente la hora era ya bastante avanzada, y aunque con gusto se habrían pasado la noche mirando el cielo, comprendieron que su tío tenía razón. Bajaron, pues, á la habitación donde sus papás les esperaban; les contaron todo cuanto habían escuchado y visto, y D. Alberto tuvo la satisfacción de observar que habían seguido sus explicaciones con tanta atención como aprovechamiento. Aquella noche, así Luis como Adela, soñaron con el cielo, creyendo ver astros que se acercaban á ellos con rapidez ó que chocaban entre sí, partiéndose en trozos encendidos, que al caer á la Tierra resultaban ser de oro. Al siguiente día se consagraron á sus ocupaciones y juegos de costumbre, pero deseando con el más vivo afán que llegase la noche, pues el estudio, bien entendido, encierra mayores atractivos y encantos que las distracciones más gratas.