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CAPÍTULO IV.
A la noche siguiente, después de cenar, subió
D. Alberto con sus sobrinos á un espacioso terrado,
situado en la parte superior de la linda casa
que habitaba aquella estimable familia. Siguiendo
las indicaciones de D. Alberto, habían subido los
criados un anteojo astronómico de regulares dimensiones
que aquél poseía, y que estaba colocado
sobre un elegante trípode de metal. Los niños
examinaron con viva curiosidad aquel aparato
óptico, prometiéndose ver por su medio maravillas
que ya antes de contempladas excitaban hasta
el más alto grado su interés. Comprendiéndolo así
D. Alberto, no quiso tenerles mucho tiempo á la
expectativa, y comenzó su explicación en los términos
siguientes: