de asomarte á las ventanillas, y así y todo, de seguro te ha parecido que eran los árboles y las montañas de delante los que corrían á tu encuentro, ilusión parecida á la que nos hace creer que el Sol y las estrellas dan una vuelta de Oriente á Occidente cada veinticuatro horas. La Tierra nos arrastra á todos en sus movimientos; tomamos parte en ellos, y esta es otra razón para que no los sintamos; pero si se parase de pronto, si cesara de girar en derredor de su eje, lo sentiríamos demasiado.
—Pues ¿qué nos sucedería entonces? —preguntó la niña.
—Una cosa comparable á lo que le ocurriría al que yendo en un tren rápido saltase hacia atrás para bajar al suelo, como hacen algunos para apearse de los tranvías. En estos últimos vehículos el experimento puede costar un buen porrazo; en el tren en marcha, el imprudente que bajase de un salto hacia atrás sería lanzado hacia delante girando sobre sí mismo, é iría á estrellarse á 10 ó 12 metros de distancia. Pues bien: si bruscamente dejase la tierra de girar sobre sí misma, las personas, los animales, las plantas, los edificios, las aguas y no pocas montañas serían proyectados por el aire en dirección al Oriente y hacia arriba, con una velocidad que variaría según las latitudes, pero que en el Ecuador pasaría de 462 metros por segundo (tanto como una bala de cañón), y en el punto en que ahora estamos se acercaría á 300 metros, mientras en el mismo punto de cada uno de los polos nada se sentiría. Excuso deciros