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que la de dentro afuera se hace formidable; el corazón palpita con mucha rapidez y violencia, se sienten zumbidos de oídos y vértigos, y si se continúa en tan intolerable situación, no tarda en brotar sangre por la nariz, los ojos, la boca y los oídos, y en perderse el conocimiento y aun la vida. Algunos viajeros han llegado á subir, bien que por poco tiempo, á 8.000 metros de altura, y han experimentado todos esos accidentes; más de uno ha pagado con la existencia su temeridad. Puede asegurarse, pues, que la vida humana es imposible á 8 ó 10.000 metros de altura de la tierra; la muerte sobreviene entonces de un modo comparable á una explosión. Lo contrario sucede con los buzos que penetran hasta el fondo del mar; aquí la presión del agua, unida á la del aire, se unen para abrumar al atrevido explorador de las regiones submarinas, y no hay quien pueda resistir un minuto siquiera la permanencia á 100 metros bajo el agua, aunque lleve aparatos que le permitan respirar, pues se siente aplastado por la mole que gravita sobre su cabeza y sobre todos sus miembros. Aun los peces, constituídos para vivir entre las olas, huyen de las grandes profundidades.

Lo mismo ocurre con las aves que tienden su vuelo en todas direcciones á través de la atmósfera; las grandes alturas son incompatibles con su vida.

—¿De manera—preguntó Luis—que no es posible atravesar toda la atmósfera en un globo hasta salir de la tierra?